miércoles, 3 de septiembre de 2008

Aventuras en Piedralandia

Debería haber escrito este post hace casi un mes... Pero es que en verano me he dado vacaciones de mi misma ;P
Al final nos liamos la manta a la cabeza y nos fuimos de vacaciones a Grecia, tal y como habíamos pensado. Íbamos a montar el viaje por nuestra cuenta, con la ayuda de internet, pero encontramos una oferta de última hora en una agencia de viajes que nos salía más barata que currárnoslo nosotros, y la cogimos.
Salimos un domingo a mediodía, vuelo directo Barcelona-Atenas, con intención de regresar al domingo siguiente al última hora de la noche, en otro vuelo directo Atenas-Barcelona.
El vuelo salío más o menos puntual, y llegamos un poco antes de lo previsto. No tuvimos ni siquiera turbulencias, todo muy tranquilo... hasta que fuimos a recoger las maletas. El caso es que nuestras dos maletas, junto con las de otras 20 personas, estaban desaparecidas en combate. Como ya somos expertos en estos incidentes, mientras uno se fue al mostrador de reclamaciones el otro salió fuera para que nuestro transporte hasta el hotel nos esperase y no nos dejase tirados como la última vez. ¿Por qué ponen los mostradores de reclamaciones siempre dentro, de manera que si quieres avisar a alguien que te está esperando fuera no puedes salir y volver a entrar?... misterios del universo, como la masa de la telepizza...
Después de un buen rato, todos los que teníamos que hacer la reclamación por fin estábamos fuera y nuestro autobús pudo salir hacia Atenas para empezar a repartirnos por los diferentes hoteles de la ciudad. De camino, Yanis, delegado de la agencia en Atenas, nos dio una clase práctica acelerada para "sobrevivir" a nuestra estancia en Athina, y también nos estuvo dando información sobre diferentes excursiones que podíamos hacer con el grupo. Evidentemente, en cuanto leí Corinto-Epidauro-Micenas no me lo pensé dos veces. ¡¡Por fin podría ver la Puerta de los Leones!! :) Después de eso ya no me acordaba de las dichosas maletas.
Al día siguiente primero el desayuno (la mejor sandía y los mejores tomates que había probado desde hacía muuucho tiempo) y después a la farmacia a por cepillos de dientes y crema del 50 para no quemarnos (en el neceser de la bolsa de mano llevábamos solo lo imprescindible: champú, gel de baño, desodorante y jabón de la ropa). Y de allí al Museo Arqueológico Nacional. Primera sorpresa: hay que dejar las mochilas y bolsos en guardarropía, pero es gratis (sí, sí, completamente gratis). Al entrar en la primera sala, justo en el centro de una inmensa vitrina, la máscara mortuoria de oro del rey Agamenón. Increíble, a solo unos centímetros de mi cara... :) Disfruté mucho en todo el museo, entre piezas fúnebres de alfarería, abalorios, joyas, estatuas (increíble Poseidón!!),..., y además tuvimos suerte y encontramos una exposición temporal sobre Egipto que incluía la famosa estatua del escriba que sale en todos los libros de sociales de cuando éramos pequeños (ahí fue cuando pensé que no podía tener tanta suerte después de lo de las maletas).
Entre cada entrada y salida del hotel, preguntábamos en recepción por novedades sobre nuestras maletas. Siempre seguían abducidas... Pero nos hicimos coleguillas de los recepcionistas. Uno de ellos se ofreció a llamar por nosotros al teléfono de reclamaciones, por si nos contestaban en griego, pero después de intentarlo durante dos días no consiguió que le cogieran el teléfono ni una sola vez. Y en la referencia por internet no había noticias. Mientras tanto nosotros seguimos haciendo turismo: el barrio de la Plaka y la Acrópolis (después de agenciarnos una gorra para reponer la que teníamos dentro de las maletas). El barrio está chulo, muy pintoresco, aunque es un poco agobiante que cada vez que pasas por delante de un restaurante los camareros salgan a invitarte a entrar. Pero cuando les dices que no, seguido de un efkaristó (gracias), te dejan ir. Subiendo por las empinadas calles de este barrio llegas hasta la Acrópolis. Es enoooooormeeeeee!!! Tuvimos suerte de ver trabajar a los arqueólogos en dos excavaciones que actualmente aún tienen abiertas. En la cima del monte, lo más impresionante: entras por el templo de Niké a una explanada en la que está a la izquierda el Erecteión (el templo de las Cariátides) y a la derecha el Partenón. Ambos edificios están en plena restauración, y por lo que vimos tienen trabajo para muuuchos años. La nota friki: una señora a la que tuvieron que subir hasta la cima en el montacargas que usan los arqueólogos para subir el material de restauración. La señora se pasó todo el trayecto chillando a grito pelado.
De bajada, no se me ocurrió otra cosa que subirme a una montañita en la que había habído alguna clase de templo en los tiempos de maricastaña, y en la que ahora solamente quedaban restos de todo aquello. Los restos cubrían completamente el suelo, de manera que toda la montaña estaba recubierta por una capa de piedras de mármol muy romas. Con mi habilidad habitual, después de hacer la foto me resbalé y comprobé en mis propias carnes lo duro que puede llegar a ser el mármol. Resultado: un pequeño rasponazo, una rodilla inchada, un dolor de agárrate, y un ataque de risa. Pero bueno, nada que un poco de yodo en la caseta de los guardas y las ganas de seguir viendo cosas no puedan superar. Como recuerdo inolvidable de mi momento torpe del día han quedado unas bonitas fotos donde salgo espachurrada en el suelo. Qué bonita imagen para la posteridad, gracias Josep por esforzarte con el reportage gráfico.
Seguimos dando vueltas todo el día (más templos, la calzada Pantináica en el ágora antigua, más piedras...) y cuando ya anochecía volvimos al hotel. Como mi fantástico botoquín de viaje estaba facturado dentro de mi maleta, y mi maleta (según acabábamos de descubrir después de llamar al aeropuerto de Barcelona) estaba inexplicablemente en Barajas, Josep tuvo que salir de excursión en busca de un poco de yodo y unas gasas para curarme la rodilla después de ducharme. Visto que en el súper de la esquina no le quisieron dejar entrar porque tenía pinta de quinqui, acabó entrando en un veterinario a ver si allí tenían. Mientras barría la consulta y fumaba a la vez, el verinario le indicó una farmacia cercana en la que al final, usando un infalible italiano-inglésdecuenca, consiguió las cuatro cosillas que me hacían falta.
Cada noche la rutina era la misma: ducha, lavar la muda y colgarla a secar en la cuerda del lavabo para podérnosla poner la noche siguiente, y a cenar. El mejor sitio para comer: un restaurante familiar al lado del hotel, en una calle poco transitada, recomendado por el otro conserje del que nos hicimos amigos. "H APTA", o sea, "E Arta". Debía ser el pueblo del que venía la familia. El conserje cenaba allí muchas noches, así que entre plato y plato, y antes de salir al trabajo para el turno de noche, hablaba un poco con nosotros. Así aprendimos un poco de griego, como debe ser.
Aún sin las maletas, decidimos irnos un par de días a la isla de Santorini, bastante al sur, muy cerca de Creta. Nos acercamos una tarde a una agencia que estaba frente al hotel y contratamos un vuelo para el día siguiente y una noche de hotel en la isla. El vuelo de ida estuvo muy bien, porque el piloto voló muy bajo para que pudiéramos ir viendo todas las islas que había por el camino. Además, teníamos una pantallita encima del asiento que nos iba enseñando en un mapa en 3D por dónde íbamos pasando. La estancia en la isla: muy bien. La isla es pequeña, pero hay autobuses a casi todas partes (con su horario y su forma particular de cobrar los billetes). Hay unos paisajes impresionantes.
Al volver a Atenas, la excursión con el grupo. Un poco rápida, pero lo pasamos bien: con la gente del grupo ya teníamos confianza al estar todos pendientes de las maletas dichosas. Las bromas sobre el tema fueron constantes durante todo el día. Y justo antes de comer, Micenas: la Puerta de lo Leones y la tumba del rey Agamenon (una especie de pirámide excavada en la montaña con forma circular en el interior y puertas triangulares). Un sueño cumplido, el siguiente espero que sea el Valle de los Reyes.
De regreso a casa el avión iba con mucho retraso. Pero como volvíamos con el mismo grupo de gente, la espera en el aeropuerto entre bromas y chistes del estilo de "seguro que ahora al volver nos vuelven a perder las maletas"... Sí, es que las maletas al final aparecieron: a nosotros nos llegaron el jueves por la noche, a otros les llegaron el sábado por la noche (el día anterior a la vuelta, jajaja)... El vuelo cogió muchas turbulencias, pero me lo pasé leyendo tranquilamente mientras todos los demás dormían (todos, todos). Así pude terminar el libro que compré en el aeropuerto en el viaje de ida (me olvidé en casa el que pensaba llevar). El libro es "Firmin" de Sam Savage, y me gustó mucho.
Llegamos al Prat a las tantas de la madrugada, y las maletas tardaron casi una hora en salir... El cachondeo que llevábamos todos, junto con el sueño acumulado, fue apoteósico. Pero terminaron saliendo, y así se acabó nuestra aventura.

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